Los Santos de las Catacumbas

Tras la muerte  y resurrección de Jesús, sus 12 apóstoles (con Matías en el lugar de Judas) comenzaron a viajar por el mundo buscando dar a conocer la palabra del Hijo de Dios. Sin embargo, la religión cristiana fue vista por las entonces religiones politeístas como una amenaza, irracional y peligrosa al presentar a un Dios con rostro humano y particular interés en erradicar las condiciones de injusticia que imperaban en el mundo.

Los apóstoles viajaron por el mundo conocido, hacia Egipto, Grecia, Mesopotamia e incluso la India, pero todos murieron perseguidos por los pueblos a donde llevaron el mensaje de su dios. Particularmente, se puede detallar sobre la muerte de los apóstoles Pedro y Pablo, quienes fueron sentenciados a muerte durante la persecución del Imperio Romano a los seguidores del cristianismo. Según la historia, Pedro murió crucificado de cabeza a las afueras del entonces circo romano, después de haberse negado a morir como Jesús. Más tarde, con la Iglesia ya consolidada y con un gran poder, se eregiría en ese mismo lugar la Catedral de San Pedro y posteriormente el Vaticano.

Sobreposición del Antiguo Circo Romano de Nerón (en verde) y la actual Catedral de San Pedro.


Las persecuciones romanas de los cristianos fueron prácticamente una política de Estado desde el imperio de Nerón en el año 64 d.C. puesto que se veía a la religión cristiana como un grupo de judíos sediciosos que afirmaban que un día habría de volver el Rey de los Judíos, amenazando así el poder del César en el Imperio. Incluso, Nerón utilizaría a los cristianos como chivo expiatorio del gran incendio que ocasionó que la ciudad ardiera durante 5 días seguidos y causara la destrucción de catorce distritos de Roma.

A partir de la decisión de Nerón, los siguientes emperadores continuaron con las persecuciones, hecho que motivó a que los cristianos se refugiaran en las catacumbas de Roma o en las casas de los creyentes. Para evitar ser identificados, comenzaron a utilizar el símbolo del pez, un acrónimo que significaba para ellos Jesucristo y que ha llegado hasta nuestros días.


Tertuliano, prolífico escritor cristiano, retrató en uno de sus escritos las difamaciones a las cuales se exponía a los cristianos en Cartago, la actual Túnez:
Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño. Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno. Que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño. Que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres. De estos delitos nos pregona reos la voz clamorosa popular, y aunque ha tiempo que la fama los imputa, hasta hoy no ha tratado el Senado de averiguarlos”.
Sin embargo, a pesar de los intentos imperiales por detener la propagación de la fe cristiana incluyendo la sangrienta y a gran escala persecución del emperador Diocleciano (303- 313), ésta logró extenderse por los rincones del Imperio debido a que iba dirigida a los humildes, a aquellos que sufrían injusticia, a los pobres y a los esclavos, grupos sociales ampliamente numerosos en un imperio en crisis.

En 313, el emperador Constantino I el Grande firmó el Edicto de Milán mediante la cual se proclamaba la libertad de religión en el Imperio Romano de Occidente y de Oriente, permitiendo a los cristianos profesar su fe de manera legal. Más tarde, en el año 380, el Edicto de Tesalonica dictaminó que el cristianismo se convertiría en la religión oficial del Imperio

En 1578 se descubrió debajo de la ciudad de Roma una serie de laberintos y catacumbas donde se encontraron también las tubas de los primeros mártires cristianos, a quienes se les consideraba como santos por su valentía y fe incondicional en las creencias cristianas. Muchos de esos esqueletos, llamados “Los Santos de las catacumbas” fueron distribuidos a lo largo de Europa, predominantemente en Alemania como un reemplazo de las reliquias sagradas que habían sido destruidas durante la Reforma Protestante.


 Una vez que cada esqueleto llegó a la ciudad que lo albergaría, ahí fueron adornados con joyas preciosas, vestimenta fina, coronas, armaduras e incluso alas, como un recuerdo a los visitantes de las iglesias, sobre todo a los ricos y poderosos que ese también sería su destino final, logrando así su obediencia y fe absoluta en las doctrinas cristianas.


El historiador del arte, Paul Koudounaris, fascinado por la historia detrás de “Los Santos de las catacumbas” viajó alrededor de toda Europa para encontrar y documentar el estado de cada santo. Sorprendentemente, muchos de los esqueletos seguían a la vista, y otros más estaban almacenados en contenedores esperando a ser vestidos y mostrados al público.


Su trabajo, fue publicado en un libro Heavenly Bodies: Cult Treasures & Spectacular Saints from the Catacombs donde busca descifrar el origen e historia de cada uno de los Santos de las Catacumbas, preguntándose quiénes fueron en realidad, cómo murieron y quién ordenó que fueran sepultados en las catacumbas.


La fotografías pertenecen al libro publicado por Koudounaris



Comentarios